sábado, 7 de noviembre de 2009

alienación . . .

Un rayo de luz me bañaba la cara, insolente, forzándome a despertar, a moverme, a estirar mis aletargados músculos y buscar la forma de que no molestara más. Me acomodé, mirando a todos los lados, a todas las direcciones, buscando comprender donde estaba, como había llegado allí, pero no pude comprenderlo. Todo parecía extraño, nuevo; me sentí como un bebé que recién nace y ve al mundo con sus ojos inocentes, inexpertos. El vestido blanco que llevaba no hacía más que reforzar este pensamiento. No corría brisa. Cerca de mí, unos pocos árboles se alzaban penosamente, obligados, forzados, y no hacían ningún esfuerzo por moverse, por crear ese aire que tanto me faltaba. Necesitaba algo de luz, algo de visión, algo de esperanza, algo que me guiara, que me diera una idea de que hacer en este mundo tan extraño. Peor la única luz que había me quemaba, lo único que veía era desierto, ruinas, suciedad, y la esperanza parecía tan lejos como la luna que estaba embelleciendo noches por allá, muy lejos. Unos pasos interrumpieron mi breve pensar. Pensé que sería la ayuda que esperaba, el ángel que, en las historias, bajaba del cielo a tender una mano a gente como yo. La figura se iba haciendo nítida, poco a poco, aunque su cara quedó cubierta en sombras; en sus manos, respuestas que refulgían con hermosos colores parecían estrellas en la noche que estaba viviendo. Tendí la mano esperando que me entregara una, que compartiera conmigo eso que para ella no significaba nada pero que para mi era mi todo; mas todo lo que recibí fue una mirada de desprecio, odio, asco, antes de que se alejara de mi, sin darse una vuelta atrás, sin mirar una vez hacia mi, sin sentir ningún remordimiento. Y me quedé allí, abandonada, sintiéndome incluso más sola de lo que me sentía antes. Ese día, vagué por las calles, sola, acompañada solamente del cielo que ahora se había vuelto gris, y de una brisa que me traía lágrimas de gente como yo. Seguía sin entender, sin comprender, sin reconocer nada de lo que frente a mis ojos pasaba. Pero pude ver muchas cosas. Vi la agresividad entre parejas que se amaban, que discutían por cosas que no valían la pena, y que dejaban que la ira actuara por ellos. Vi gente triste como yo siendo abusada por otros que se creían mejores pero que no eran ni su polvo. Vi como las personas rechazan a los diferentes, como mi vestido blanco me aislaba de los otros. Las hojas de los árboles caían a mi paso, no sé si por pena o simplemente por respeto. La maldad, la ambición de las personas que han olvidado lo que de verdad es importante; la ignorancia, el afán de causar daño, y el egoísmo de quienes piensan tienen más, cuando en verdad… en verdad, son los que valen menos. Mis pies me ardían de tanto caminar, de tanto buscar algo que valiera la pena en este triste lugar en que me vine a despertar. Me sentía desvanecer, irme; sentía como mis ojos se cerraban y mi mente volaba allá, lejos, donde yo no podía llegar. No tenía nada más que hacer. Cuando tras doblar una esquina oscura, logré ver un parque, con algo de verde que aún quedaba vivo, me dirigí hacia el, me acosté y me dispuse a dormir. Quizás tenía más suerte cuando despertara esta vez. Y en ese momento me dormí otra vez.



Y en Parte, a este cuento ligado con el video y las cartulinas, merecemos el 7O en filosofía !
Primera semana de noviembre INCREIBLE .